Este fin de semana hemos estado en el parque. Los enanos han saltado, subido, corrido y todo a tope, hasta que llegó el bajón energético, ahí fue cuando tuvimos momentazo de berrinche fino, digo tuvimos porque tengo que reconocer que aunque, a día de hoy soy muy consciente de mi estado emocional en esas situaciones, a veces esto me supera y me sobrepasa, como a muchos supongo.
El caso es que justo cuando me repetía, -respira y tómatelo con calma- sentía como el calor se apoderaba de mi cabeza y boom ya deje de pensar… (secuestro amigdalar lo llaman) y me sentí desbordada, así que allí estábamos mi enana y yo, desbordadas con la situación, yo sin saber que hacer, ella llorando y su hermano disfrutando del parque perdiéndose entre túneles y toboganes. De repente mi niña me miro y dijo entre sollozos…«MAMÁ ES QUE NO ME ESTAS AYUDANDO A CALMARME» y fue entonces cuando comprendí que tenía que estar para ella, en ese momento, de manera mágica mi enfado se convirtió en ternura y algo de culpabilidad, entonces la cogí, la abrace y nos sentamos juntas a esperar a que pasara ese torbellino que nos había invadido a ambas.
Ella me ayudo a mí más que yo a ella y es que el acompañamiento emocional se hizo recíproco cuando ella fue consciente de lo que pasaba y necesitaba. Necesitamos tiempo para conseguir calma. Esos minutos fueron maravillosos, mi niña me pidió ayuda y yo pude dársela.
Después de un ratito de abrazo en silencio, me dijo «MAMÁ ES QUE ESTOY MUY CANSADA» y me volvió a maravillar ver como había llegado ella misma a descifrar lo que necesitaba de mí y como se sentía. GRACIAS HIJA POR ESE REGALAZO.
Mientras tanto mi enano pequeño estaba tan pancho descansando debajo de un tobogán, tirado en la arena mirando el mundo como si nada hubiese pasado, pero para nosotras había sucedido algo extraordinario, paradójicamente del caos surgió la calma y nosotras pudimos aprovechar ese momento para ejercitar esa consciencia emocional y practicar esa regulación que tanto cuesta.